Críptica didáctica
Regresaste triste y cabizbaja,
sin importar el triunfo de tus enseñanzas.
Te siguen doliendo los males del mundo,
de tu mundo,
de este pobrecito país
que se bate en la violencia,
entre la sobrevigilancia de soldados viciosos
que combaten al vicio,
violencias castrenses contra la miseria
de este orden incurable e infeccioso.
¿Cuánta derrota viste en ese muro de la ignominia?
¿Cuántas cruces lapidarias atravesaron tu sensible mirada?
¿Y para qué las enseñanzas?
¿Qué pueden profesar los profesores?
¿A dónde fue a parar la vieja magia del magisterio?
¿Qué le queda a la docencia ante tanta indecencia?
Y es que siempre son los jóvenes los que caen abatidos.
Los que mueren a balazo limpio y cuchillada sucia.
Ahora mutilados, desmembrados,
hechos mierda o de perdida picadillo.
¿Cuántos de ellos consumieron con su muerte
la enseñanza que les diste?
¿Qué aprendieron para caer fundidos?
Y desde entonces las cosas empeoran.
Y la escuela no hace mucho contra ello.
Porque para andar de sicario se requiere talento.
De ese que pasa invisible en las aulas.
De ese que resulta ignorado en la escuela,
de ese que termina reprobado en la boleta,
de aquel que hace ruido a la docencia,
de aquel que altera al magisterio.
Es que no lo vimos venir,
recorrimos sus surcos
antes de que se anegara de violencia sangrante,
y no supimos lo que se sembraba,
nos ahogamos en la estela en que navegaba
sin saber a qué puerto se enrumbaba.
¿Y qué idea nos obnubilaba el pensamiento?
¿En qué filosofía nuestra sensibilidad filosofaba?
¿Qué pedagogía incomprensible descifrabas?
¿En qué críptica didáctica tu entendimiento se atoraba?
No hubo lucidez:
no lo vimos,
tampoco lo sentimos.
Por supuesto,
jamás lo comprendimos.
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