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miércoles, 27 de enero de 2010

ONOMÁSTICO

Hoy, martes, la mañana irrumpió
como casi todos estos días:
brumosa, ahumada, casi sin sol.
También la ciudad amaneció
con su acostumbrada monotonía.
Todo parece igual.
No hay nada que borre el hastío,
ni que otorgue placer a estas mañanas
derruidas por aburrimiento rutinario.

Los mismos miedos de ayer,
pero con menos certezas.
Los únicos asombros
que restan a mi angustia,
surgen victoriosos
de un abismo de ternura
pernoctan y deambulan
bajo un pesado manto
de amor y de esperanza,
aturden y presionan
desde un pequeño bulto
de vida renacida:

Es mi hija,
infante-camarada
de sexo femenino,
intrusa-entrometida
inaugurada en el cariño,
huésped invitada
albergada en mi destino.

Hoy, mi nueva ciudadana
festeja un onomástico:
nació hace pocos días;
ahora está cumpliendo
sus propias horas de viva
y, en su mentalidad lactante,
su edad alcanzó la mayoría.

Yo,
vinculado ya
a la edad adulta,
me incorporo plenamente
a su infantil cordura
y festejo sus horas y sus días
sin esperar los transcursos celebrados
en esta era de soledad y hastío.

Niña cachetona
de augurios y esperanzas,
con el pretexto fácil
de tu cumpledías,
me pongo a recordarte,
me gusta imaginarte...
quisiera yo contarte
el cuento de tu vida.

NIÑERÍA

Me place reposar
el cuerpo entero
tirado por completo
sobre bordes y banquetas...
Todo es tan distinto:
los cuerpos alargan su estatura
y todas las cabezas
se proyectan hacia el cielo.

Un cansado
sol calienta el aire
a estas alturas.
Aquí no sopla el viento
sólo ráfagas sin orden
revuelven mis cabellos.
Los motores rebotan
en el suelo sus sonidos
y el estruendo llega
ronco, envolvente, sordo.

Este reposo de banqueta
sabe a cuentos infantiles:
he alcanzado la estatura
de los niños
y veo que eso es bueno.
El mundo es alto,
hermoso, inaccesible;
sólo el que desde lo alto mira
alcanza la visión del que domina.

En esta estatura de hormiga,
la vida aplasta pero no hiere;
gozamos, yo junto a los niños,
de este espacio horizontal,
aparte y lejos del bullicio.

Aquí transcurrimos clandestinos,
por eso estas aceras
desde siempre han sido
refugio de borrachos,
limosneros y de niños.

domingo, 10 de enero de 2010

HUMEDADES

I

Esta puede ser una tarde amarilla de mojadas tonalidades. Las nubes me empaparon con la húmeda expresividad del día en que te encontré abierta a la vida y tú derramaste tu color para iluminar de amarillo la gris oscuridad del mundo en el que transcurrimos

Esta tarde tiene mojados sus resplandores amarillos y la vida se humedece de tinturas que no habíamos conocido en los días más finitos de nuestras antiguas pasiones. Por eso la tarde alarga el intersticio mientras nosotros abrigamos el colorido calor de la ternura entre nuestros cuerpos apretados como enanos querendones.

El Sol parece celebrar el húmedo encontronazo, calienta la mojada tarde y nos anima a que choquemos poco a poco y a que nos desnudemos día con día...

II

Qué tarde tan extraña. Es pleno enero y está cayendo una lluviecita fría que, además de pintar de gris el cielo, ocultó los sonidos de la calle, los ruidos de tu casa. Sólo escuchas el repiquetear de las gotas cayendo...

Tal vez un avión, montado sobre la nube, logre enmudecer a esa humedad condensada que moja el polvo de tu ventana. Allá va el avión, se esconde vertiginoso entre las esquinas redondas del cielo y se vuelve pequeño al mismo tiempo que su voz se hace un murmullo y llega a confundirse con el imperceptible sonido del viento.

Otra vez la lluvia. Son miles de tambores diminutos, conjugados en un canto sin más altibajos que el susurro, un coro multitudinario de percusiones que acarician tus tímpanos. Allí están, ahora un poco más fuertes... ¿Los oyes?

Llueve y hace frío, es de tarde y ya casi está oscuro. Puedes asomarte a la ventana y respirar el aire casi helado cargado de humedad: sentirás la brisa pegar en tu rostro y un agradable frío te envolverá. Entonces buscarás la más lejana porción vegetal del paisaje y encontrarás un bosque semioculto por el humo y la neblina, en el que adivinarás cantos de pájaros, carreras de conejos y hasta saltos de venados; verás el pasto casi seco del parque con sus planicies amarillentas y, en el fondo, el pequeño cerro cubierto de eucaliptos, que se extiende y se levanta hacia el poniente. Atrás de lo que la lluvia y la niebla no te dejan ver, amurallando la frágil ciudad, están los poderosos montes de la Sierra del Ajusco.

Esas imágenes entrarán a tu cabeza cuando abras la boca y jales con violencia el aire humedecido que se colará hasta tus neuronas; volverás a querer atrapar entre tus labios el agua que cae en diminutos fragmentos de lluvia. Con la frente apuntando al cielo, repetirás el movimiento que hiciste años atrás... Una vez más, tu sed no será mitigada y de nueva cuenta sentirás la potente depresión de la impotencia...

En esta tarde mojada de enero hará un frío refrigerante que atemorizará por un momento tus ansias de salir y empaparte. Cerrarás los ojos y pensarás en la gente que amas. Allí llegarán a ti tus antiguas fantasías y tu corazón adquirirá el ritmo de ese chipi-chipi susurrante que te cuenta al oído todas tus cuitas. Apretarás un puño y dejarás caer la cabeza sobre él; sin fuerzas anímicas ni corporales, intentarás recobrar la capacidad física de tus manos crispadas dejando reposar tu cráneo entero sobre la leve protuberancia de tus nudillos

III

La tarde sigue siendo extraña. Continúa lluviosa pero el frío ha ido desapareciendo. Ya no escuchas el ruido de las gotas golpear en tus tímpanos. Si acaso, algún chorro que cae de algún lejano desagüe de azotea.

En lugar del avión, la autopista ha ido levantando su rugido, como si fuera una boa satisfecha después de haber saciado su apetito con los cientos de miles de autos que ingresan a ella para llevar a sus conductores de regreso a sus respectivos hogares en el suburbio. Aguzas el oído y logras distinguir sonidos de motor. Así, alcanzas a escuchar un coro constante que suena por atrás de las máquinas: es el sonido del agua al ser aplastada entre las llantas de los automóviles y el asfalto de las calles.

Junto con el frío se han ido alejando las nubes cargadas de lluvia; el cielo aparece cada vez más dividido en dos franjas: una azul que se ensancha hacia el sur y otra negra que se hace cada vez más angosta.

Estás arrodillado sobre tu cama, tus codos soportan parte de tu peso, recargados en el pretil de tu ventana. Casi te cuelgas porque tratas de captar mejor la canción de algún pajarillo que canta trepado quién sabe en qué distante rama. Es un silbido monótono, repetitivo... Estiras el cuello y, aprovechando la posición, volteas a mirar hacia la serranía de tu devoción.

El aire sigue sin permitir la suficiente claridad de visión como para que puedas ver al Ajusco. De todos modos, te das cuenta de que la atmósfera se ha ido aclarando muy lentamente. Así se te vuelve a escapar el tiempo, lo dejas ir tratando de oír a aquella ave, pero casi no la escuchas; quieres vislumbrar la serranía pero apenas se confunde con los contornos de las nubes que se van alejando.

El Sol no termina de caer y sus rayos ya no llegan libres y directos, tal vez este día ya no lo hagan. El crepúsculo se aproxima pero tú no te das cuenta porque después de ese cielo tan profundamente encapotado, cualquier luz de anochecer es suficiente para que confundas las horas y sientas que la tarde ha retrocedido. En todo caso, te quedas con la sensación de estar presenciando el anochecer más iluminado de tu vida.

Estás embelesado, sorprendido por la claridad. Estás colgado, sostenido por los codos.

IV

Recordarás el contacto silencioso de su cuerpo como un presagio de confusa violencia entre la atmósfera humedecida. Inclinarás la cabeza hacia la ventana y mirarás las nubes grises alejarse hacia el sur, rumbo al Ajusco. Te sorprenderá la repentina claridad del firmamento en esa noche, después de una tarde tan oscurecida como esa.

Sin dejar de contemplar el cielo, te quitarás el reloj para ignorar las horas y lo arrojarás por debajo de la cama. Sentirás el impulso de volverte a asomar por la ventana, pero el polvo acumulado entrará a tu nariz, estornudarás, y la súbita reacción de tu organismo te hará pensar en la amenaza de un resfrío. Concentrarás tu pensamiento en la sensación de tu propio cuerpo. Sentirás un frío húmedo perfectamente soportable, incluso vivificante. Ningún dolor, ningún malestar. Sólo percibirás un profundo cansancio anímico y la necesidad imperiosa de sacudir esa modorra del alma.

Entonces te invadirán unas intensas ganas de salir, de huir hacia la calle para vivenciar todas sus miserias y ver si el violento encontronazo con la realidad callejera pudiese sacudir tu ánimo, así como el estornudo despabiló tu cuerpo. Abrirás la puerta de tu casa y lo primero que verás será un automóvil veloz rebanando el agua de lluvia con sus llantas. Esa será tu bienvenida a la violencia callejera. Te detendrás un momento con la manija de la puerta en la mano, sin decidirte a entrar a la confusión urbana. Durante ese minuto regresarán a tu mente las visiones del pasado: una atmósfera húmeda y casi fría, iluminada por una luz que caerá sobre las gotas que mojan los tallos y las hojas, que empapan la flora que vegeta en tu casa.

V

Sales a la calle y respiras la humedad que empapa el ambiente. Volteas hacia uno y otro lado de las aceras vacías. Los árboles lagrimean gotas de lluvia como si fueran rocío.

Te encaminas hacia el parque, ansioso por pisar el pasto mojado, sentir la fría frescura del agua penetrar por los agujeros de tus tenis y mojar tus pies ya de por sí helados. Pronto cerrarán el parque pero eso a ti no te importa; lo sabes y lo afrontas gratuitamente, como si desearas la amonestación de los vigilantes.

El policía de la entrada te mira con toda la suspicacia de que es capaz un guardián uniformado, en caseta y con pistola. Lo miras de frente, duro, retador, un poco amenazante; él desvía la mirada y te deja pasar sin decir nada.

Sientes al policía como el último reducto de la vigilancia represiva y te animas a internarte en el parque, dispuesto a tirarte panzarriba en el pasto mojado, a sentir cómo se va humedeciendo la tela de tus vestidos y mirar aparecer las constelaciones estelares. No piensas en el peligro de la enfermedad ni en las amenazas de la vigilancia autoritaria.

La supercarretera que bordea al parque sigue emitiendo su rugido constante: es un rumor sordo y eterno que llega a confundirse con el silencio. El murmullo motorizado de la carretera se rompe con el ruido rítmico de tus pies al caer paso a paso sobre los charcos. Te escuchas caminar lento y acompasado.

No tienes prisa, sólo una extraña urgencia de llevar tu mente a un lugar seguro, donde no te acosen las angustias, para poder revivir momentos y situaciones definitorios en tu vida; aprovechar la inercia de los recuerdos para impulsar tus planes a futuro.

VI

Puedes partir de tu sensibilidad más primaria, tal vez de la humedad que pega en tu nariz y empapa la piel de tus mejillas, de tu frente, de tus brazos y tus manos. Sabes de aguaceros y lloviznas, de charcos y arroyuelos, de lodos enfangados.

Pero esta agua no viene con la lluvia fértil de los temporales benignos, no emana de las tuberías potables que entretejen las entrañas de esta tu ciudad que flota sobre un lago; no brota de los manantiales subterráneos que burbujean en vida. No.

La humedad que te empapa tiene un espacio y un tiempo específicos: es la angustia cotidiana que transcurre como caudaloso río entre los abruptos relieves de tu agudo desconcierto vital; es el canal del desagüe de este estilo de vida; es un caudal que evaporado se desborda y empapa de ignominia la calma de la noche y la inquietud del día.


De Cariñando en Humedades

AUN NO AMANECÍA

Ayer
de madrugada
salió el Sol
pero no amanecería

La triste soledad
de la noche vórtice
sintióse rasguñada

Un diminuto
rayo luminoso
curioso asomó
por la ventana

El Sol se alzó
pero aún no amanecía

La intensa luz
del inmenso astro solar
no fecundó mi tristeza
ni la ya larga y pesada
opacidad de mi vida

La noche se acabó
se hizo de día
pero entonces
aun no amanecía.


De Cariñando en Humedades

DERROTEROS

¿Cuántos derroteros habré de pasar?

La luz de mi mente se ha ido apagando
paulatinamente.

Y ahora que lo pienso bien,
nunca nada me ha convencido;
siempre he guardado muestras
del licor más amargo
para madurarlas en la cava de mi ser.

Por hoy, nadie me entiende,
ni yo mismo encuentro
en dónde radica mi dificultad.

He llegado al triste punto
en el que ya nadie me ofrece nada.

Ni yo mismo.



De Cariñando en Humedades

CUANDO LA MANO SE CANSA

Y después de todo,
cuando la mano se cansa,
no hay camino ni ruta
que siga el pensamiento creador;
se acaba el hombre
y se queda el espejismo
de un algo inexistente
en la profunda esencia
de la transformación social.


De Cariñando en Humedades

ALGO ASÍ COMO LA RABIA

Fuimos algo así como la rabia
un ser sin estar en medio de la batalla
una vida que se va
hacia un futuro carente de esperanza...


De Cariñando en Humedades

FUGA A LA MONTANA

Subir a la montaña y perderse
en su negra amargura,
en su profunda conciencia.

Encontrar en la muerte
el amor que el capitalismo negó.

Escupir toda efigie sagrada.

Ser personaje de este tiempo
y a la vez estar fuera de él.

Querer ser necesario,
cuando el que necesita es uno...

Mandar al carajo toda la teoría
preñada de individualismo ególatra,
terminar con mis ansias de Mesías iracundo.

Y, en última instancia,
mi amigo,
dejar de mentirte:
no hay posibilidad de existencia
feliz en este mundo
que tuvo la desgracia de verte nacer
en lo más alto
de su rotundo y fétido seno.


De Cariñando en Humedades

LOCURA AFERRADA

Me aferraré a mi locura.

No dejaré que nadie se atreva
a mancillar mi lógica creencia de desenfado
con el débil y trillado argumento
de la posición social,
el confort
o el utilitarismo.

Esta era es un tiempo de desencanto
y los seres pretenden transcurrir intactos,
firmes, seguros y sin tacha,
como si la realidad no pesara,
como si el dolor no existiera,
como si la autoridad no ordenara
agresiva y estúpidamente altanera.

Y todo es un pesar
de tristes melancolías
y sueños despedazados...

Es que hasta su desinterés molesta.


De Cariñando en Humedades

LOCURA AFERRADA

Me aferraré a mi locura.

No dejaré que nadie se atreva
a mancillar mi lógica creencia de desenfado
con el débil y trillado argumento
de la posición social,
el confort
o el utilitarismo.

Esta era es un tiempo de desencanto
y los seres pretenden transcurrir intactos,
firmes, seguros y sin tacha,
como si la realidad no pesara,
como si el dolor no existiera,
como si la autoridad no ordenara
agresiva y estúpidamente altanera.

Y todo es un pesar
de tristes melancolías
y sueños despedazados...

Es que hasta su desinterés molesta.


De Cariñando en Humedades

SANO DE REPENTE

I

El verdadero valor de mí mismo
ha caído en un letargo romántico
de querer ser quién ya no soy.
¿De dónde nace mi escepticismo?
¿Por qué no creo en nada ni en nadie?

¡Bah! No tiene caso ser quien ya no soy,
tal vez quien nunca he sido...
y, lo peor,
ni seré.

II

Y después de todo,
verme renacer pronto de mis escombros
con ímpetu y razón que antes no tenía.

III

Ponerme sano de repente
escribir todo lo que tenga en mi resentimiento
y caer loco de amargura,
con una sonrisa postorgásmica
en la cual mis leños ya no humean,
son sólo cenizas que se van remolineando.


De Cariñando en Humedades

ALCOESÍA

Ah qué triste soledad,
estado etílico de triste soledad,
embriaguez de frases fijas en la idea,
el intelecto convincente de letras adornadas.

Es mi mente la que vaga por los marcados senderos,
embrión exuberante de tan falsos vuelos,
la que entra triunfante en la farsa finita,
en la amarga tristeza de la vida inconclusa,
en la vida siniestra de las almas sin rumbo.

Vida común diferida en papeles,
soledad inmensa:
escritorio pluma silla;
inmensidad solitaria:
textos papel autor.

Tengo la soledad del álamo
con la publicidad del bosque.

Vida inconclusa.

Contradicción literaria.

¡JA!


De Cariñando en Humedades

IRES Y VENIRES

Han pasado muchos años,
suficientes para que pocos
todavía recuerden algo.

Sin embargo,
el aroma de esos tiempos
sigue flotando en el aire.
Esa sensación de incertidumbre,
ira, angustia y desgarramiento,
todavía se presenta en las madrugadas,
antes lúcidas y hoy sombrías,
de los hombres ya maduros
que perdieron la esperanza.

Han pasado muchos ires
y venires hacia todos lados
y memorias hoy truncadas
no recuerdan ese olvido:
la omisión de la suficiente protesta,
la sumisión de la eterna impotencia.

Las buenas memorias de la mayoría
han borrado la historia de esos días.

Fósiles conscientes quedaron sepultados,
triturados bajo el precio fuerte
de absurdos apremios pecuniarios.

Los viejos resortes de la sensibilidad humana
se han enmohecido;
el poderoso brío de la creativa libertad altruista
disminuyó su impulso,
atosigado por el necio recuerdo renovado
de la vieja tradición individuocentrista.


De Cariñando en Humedades

EMOCIÓN EXCEDIDA

Nunca acabarás de explicar
el porqué de tu excesiva emotividad.

La emoción te asalta en momentos
cada vez menos esperados.

A veces te traiciona.

Son oleadas de ira o de ternura,
de alegría o de amargura.

Y aunque a veces lloras,
nunca has golpeado:
es que la ira
no es tu pasión predilecta.

Lo sabes y te preocupa;
es más, te angustia.

De alguna manera,
preferirías ser presa de la rabia,
vivir enfurecido,
trazando tu propia historia
a fuerza de coraje.

Pero no.

No es el sudor de la furia
el que moja tu cuerpo,
sino el agua de una lluvia melancólica
la que te cansa el ánimo.

De Cariñando en Humedades

martes, 5 de enero de 2010

EL SEVERO DESENCANTO DE LA PEQUEÑA BURGUESÍA

De todos modos la soledad se extiende
La ciudad no es de sol ni está vacía
seguimos prolongando las angustias cotidianas
el aislamiento personal
y no es paradoja el sentirme solo
hundido entre mis pares mis coetáneos
es que la multitud no garantiza compañía
no importa que los sienta físicamente cercanos
de nada vale su proximidad
tampoco cuentan nuestras voces
afinadas en el mismo tono
pronunciadas desde la misma intención.

También nuestras caras expresan lo mismo
unos más cantantes que otros más lamentantes
unos menos sonrientes que otros más desesperados
Y de dónde viene el aislamiento
si es tan lindo transcurrir sentado
siempre a la vista y visitando a los demás.

De todos modos
no obstante nuestra necesaria solidaridad física
nuestro completo parecido
nuestra idéntica condición
la soledad se levanta majestuosa
disparando destellos de luces
negras rojas y amarillas
Se incorpora
levanta su ancho pecho poderoso
mira hacia abajo
y nos cubre con su sombra.

La ciudad no es de sol ni está vacía
La ciudad está repleta
pero no de esos seres que caminan
erguidos sobre sus dos piernas
perdidos en el laberinto urbano
La ciudad ni siquiera se llena
con esas viejas soledades
que oscurecen todas las presencias
y las convierten en ausencias

Esta es una soledad insípida
no se le encuentra aquel sabroso
sabor a melancolía
que inunda las tarde campiranas
cuando la ciudad sí es de sol
aunque esté vacía
tampoco es la clásica negra soledad
que lo inunda todo
ni la soledad incolora
que lo confunde
Esta es una soledad de tonos grisáceos
soledad tibia por no ser ni caliente ni fría
no es oscuridad ni luz
es sólo eso
sombra
y es la sombra de la soledad
la que le quitó el sol a mi ciudad

Esta soledad es una sombra amarga y tibia
que se extiende entre tumultos
ruidos de motor
claxonazos
histeria colectiva
y humo

Aquí entre esta multitud de automóviles
que se estorba a sí misma
sentado en mi pequeño confort
transcurro aislado
surcando junto con otros aislados
la sombría tibieza solitaria
de mi ciudad de humo

Millones de caballos de fuerza confundidos
inútilmente briosos
desperdiciados en el vano intento
de llevarnos a otro sitio
tal vez a dónde no haya soledad en el tumulto
tal vez a la soledad del vacío
tal vez a la no-soledad
o a la nada

Solo
yo mismo
en mí
con mi persona
envuelto en un largo río
de acero gasolina hule y caucho

Velocidades posibles de 140 180 y hasta 240 kilómetros por hora
Las agujas no rebasan los 40.

BRUJA

Aquí estoy, Janis,
en tu enorme y restringido país.
Heme aquí, bruja de cabellos doblados.

Estoy aquí y puedo palparte,
sentirte bajo esas duras piezas,
duras arquitecturas brillantes y limpias,
sólidas e higiénicas hechuras.

Bajo esa pulcritud de cosmos,
Bruja Cósmica,
te siento venir grito a grito
cadencia a cadencia
ritmo a ritmo.

Aquí, Janis,
en tu país de solitarios,
de individuos fragmentariamente bellos y horribles.

Aquí en el orden sin mácula,
en el orden del desecho,
deshecha bruja del cosmos,
aquí estoy,
en tu cosmos deshecho de Bruja.

Y me hechizas,
linda mujer de amarguras,
y me embrujas,
Bruja,
voz de niña cachonda,
timbre de mujer enternecida.

¡Grita!
Canta tu vida deshecha
en este mármol de estatuas bellas,
en este mundo del confort y la apariencia.
( Soy lo que aparento
y lo que aparento soy.
Me mueven las impresiones
que manan de mi ser externo ).

Hechízame, Janis Joplin,
hazme el conjuro del blues.

Estridente niña loca
muéstrate aquí,
en este mundo de insólitos contrastes:
tu vida y tu voz.

Aquí que todo es (eres) desecho.
Aquí que lo bello se usa para tirarlo.
Aquí, belleza de esa infamia.
Aquí, víctima de aquí,
aquí, mártir de aquí,
aquí, conquistadora de aquí.

Aquí vendrán a mí tus fantasías,
haré mías tus realidades,
bruja trágica,
mujer inconclusa.

¡Janis! ¡Estoy en tu país!
¡Janis! ¿Por qué no estás aquí?
Janis, ¿por qué te quedas muerta y cantando,
matándome en esta vida mía,
reviviéndote en tu propia muerte?
Janis, ¿a qué hombres les cantas?
¿Quiénes son los fantasmas,
cuáles los espectadores,
qué es la realidad?
¿Janis?

¡Ay! Bruja producto del hechizo,
el falso sueño americano
en tu canto se convirtió en pesadilla:
alucine atracto-destructivo.

Bruja, déjame a tus gentes,
las tuyas, no las otras,
déjame a la gente a la que le duele el mundo,
cántanos a los que nos quejamos,
ya por amor, ya por la muerte,
ya por la naturaleza, ya por ti.

Bruja, ¡cántanos!,
Grúñenos con tu joplinesco rugido,
maúlla feroz en tu soledad angustiosa.

¡Grita, Bruja!
Aún te escucho.
Aún tenemos la rabia de tu canto,
todavía nos queda la furia de tus llantos.

Bruja, aun nos dura el conjuro.
Nos duele tu mundo, Janis.
Lo amamos,
nos duele
y por eso lo odiamos,
con tu furia y con tu coraje,
enérgica cantante:
tu mundo es feo y te amamos,
pero a ti,
en tu mundo y por tu mundo,
los odiamos.


De Cariñando en Humedades

MICOS HOMÍNIDOS

I

Que no le digan, que no le cuenten
que la luna es de queso.
La luna es un polvorón redondo
al que le han cantado los poetas,
los perros y los borrachos.

Y no me pidan que los deje leer tranquilos
porque, como en nuestro espacioso metro decían:
"el mar de la tranquilidad está en la Luna".

Después de todo,
nadie ha podido convencerse
de que la historia de la humanidad
es una sinfonía armoniosa
donde canta el amor y hace coro el afecto.
Mentira.

Gran razón tenían mis tíos Segismundo y Carlos
cuando decían que somos unos micos homínidos
determinados por el intercambio material de bienes y de males,
y que sólo cuando nos tratan mal
buscamos al pretendido cómplice,
al ser comprensivo y comprendido que no amenaza.

Mientras,
los hombres buenos
lo somos sólo para algunas cosas.
Por ejemplo:
para reforzar las expectativas de los que perdieron,
a fuerza de olvidos, desprecios y maltratos,
la esperanza puesta en su propio proyecto de vida.

Y la gente amable que alimenta nociones de futuro
(o tan sólo del presente)
y abona la vivencia con caricias y sonrisas,
de pronto se queda sola,
esperando que llegue otra con su propia bronca,
para sentir que su vida es útil,
en esta vida y no en la otra.

Y a veces
los desesperanzados regresan
por su limosna de esperanza,
los solitarios vuelven
por su porción de compañía,
los tristes retornan
por su cachito de felicidad.

Y todo estaría bien si no obtuvieran tan sólo
un simple remedo de su propia alegría.
Después de todo,
la matriz originaria de sus propias vidas
era un recinto oscuro y protegido,
un hogar encerrado en más de cuatro paredes;
y si el dueño del útero vital
–padre, novio o esposo–
ordena con sus tiernas amenazas
el regreso al nido,
la avecilla de volados revuelos
dobla la tersura de sus alas,
agacha el pico
y vuelve a arrastrar su vida
en esa finta de alegrías encerradas.

II

Pero hoy digo que no importa,
que la vida se sigue rompiendo afuera,
en la calle,
y que sigue sin tener sentido la angustia cotidiana
que baja de los cielos convertida en lluvia
e inunda con charcos y arroyuelos
las cloacas y letrinas de mi necia sensibilidad.

No importa que la nube de las amarguras
esté cargada de pesados individuos que responden
a las mismas patadas con las que dominan a sus propias,
muy suyas y exclusivas propiedades.

Después de todo,
la normalidad y la decencia,
la estabilidad y el progreso,
siguen imponiendo sus pesadas cargas,
rompiendo la libertad y la alegría
de quienes un día quisimos ser distintos
y proponer una vivencia digna en el cambio.

No importa,
permaneceremos.

De Cariñando en humedades