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lunes, 16 de noviembre de 2009

Que no le digan, que no le cuenten que la Luna es de queso. La luna es un polvorón redondo al que le ha cantado los poetas, los perros y los borrachos; y no me pidan que los deje leer tranquilos porque también en nuestro espacioso metro dicen que el mar de la tranquilidad está en la Luna. Después de todo nadie ha podido convencerse de que la historia de la humanidad es una sinfonía armoniosa donde canta el amor y hace coro el afecto. Mentira. Gran razón tenía mi tío Carlos cuando decía que somos unos micos homínidos determinados por el intercambio material de bienes y de males y que recurrimos a la mitología del amor por pura exclusión: sólo cuando nos tratan mal buscamos al pretendido cómplice, al ser comprendido y comprensivo que no amenaza. Mientras, los hombres buenos lo son sólo para algunas cosas; por ejemplo: para reforzar las expectativas de los que perdieron, a fuerza de olvidos, desprecios y maltrato, la esperanza puesta en su propio proyecto de vida. Y la gente amable que alimenta nociones de futuro (o tan solo de presente) y abona la vivencia con caricias y sonrisas, de pronto se queda sólo, esperando que llegue otro u otra con su propia bronca, para sentir que su vida es útil en esta vida y no en la otra. Y, a veces, los desesperanzados vuelven por su limosna de esperanza, los solitarios regresan por su porción de compañía, los tristes retornan por su cachito de felicidad. Y todo estaría bien si no tuvieran un remedo de su alegría. Después de todo, la matriz originaria de sus propias vidas era un recinto oscuro y protegido, un hogar encerrado en más de cuatro paredes, y si el dueño de el útero vital ordena con sus tiernas amenazas el regreso al nido, la avecilla de volados revuelos dobla la tersura de sus plumas, agacha el pico y vuelve a arrastrar su vida en esa finta de alegrías encerradas.

Pero hoy digo que no importa, que la vida se sigue rompiendo afuera, en la calle, y que sigue sin tener caso la angustia cotidiana que baja de los cielos convertida en lluvia e inunda con charcos y arroyuelos las cloacas y letrinas de mi necia sensibilidad. No importa que la nube de las amarguras sea un pesado individuo que responde a las mismas patadas con las que domina a sus propias y exclusivas propiedades. Después de todo, la normalidad, la decencia, la estabilidad y el progreso siguen imponiendo sus pesadas cargas, rompiendo la libertad y la alegría de quienes alguna vez quisieron ser distintos y proponer una vivencia de cambio.
Hay horas enteras en que la ciudad parece concentrar todos sus símbolos en un sólo mensaje. Es cuando todo lo que se vive tiene apariencia o sabor de algo o de alguien. Son las modas en las maneras de ser que pasan imperceptibles para la memoria colectiva.
AUTOBIOGRAFÍA PRECOZ

YO, actual joven de 19 años, moreno, bajo, delgado y con barbas, de ideas rebatibles y a la vez admiradas, me dispongo, en contra de mi ánimo, a escribir algo que se parezca a una autobiografía.

Desde el 30 de enero, día en que mi madre me sacó a la blanca luz del quirófano, he recorrido varias etapas en mi desarrollo personal. Podría mencionar, entre las más importantes; la de la risueña e infantil inocencia, la del enamorado, la del conocedor, la del revolucionario y una que actualmente las combina a todas.

Fui, en mi primera infancia, un niño de anuncio de televisión: gordo, pelón, alegré y casi bueno, de una curiosidad casi destructiva. Recuerdo que en algún lejano rincón de mi tiempo, veía y veía un seguro que me atraía, de esos que no permiten que la andadera se desarme. Después, según memorias de mi madre, su segundo hijo, o sea yo, en un alarde precoz de inteligencia, destrabó el seguro y estuvo apunto de morir asfixiado. En otra ocasión, mi amor hacia la ciencia me llevó a echarle sal al pastel de mi quinto cumpleaños. Este mismo amor me obligó a destruir un robot de juguete que tenía una pantalla de proyección en la panza. En ambas ocasiones defendí mi inocencia argumentando que sólo quería explorar las cosas del mundo.

Hasta que los consejos de mi padre y el romanticismo sentimental de mi madre, distrajeron mi atención hacia la mujer, materia necesaria en mi creciente existencia. Nunca hasta hoy, sin embargo, después de siete años de constante búsqueda, creo que la he encontrado. (No es eterna, por supuesto).

La satisfacción de este tipo de necesidad fue altamente frustrada por mi excesivo respeto a lo que yo creía las motivaciones del sexo opuesto. Una palabra dicha con cariño me elevaba a las alturas más insospechadas del amor; una mirada de desprecio me hundía en el averno insoportable de la soledad.

MI frustración sexual y emocional me indujo a buscar los porqués de mi existencia hasta entonces solitaria y me dediqué a comprobar lo que dicen que Freud dijo: "el sexo mueve al mundo". Pero para aumentarle más plenas a mi hasta entonces alegre vida, esto no era cierto. Entonces busqué el por qué de mi ser y mi sentir desde el postulado de que la conciencia social está determinada por el ser social: me volví, según yo, materialista dialéctico.

El estudio del marxismo me llevó a ligar el pensamiento con la acción, o al menos a intentarlo. La admiración que tengo hacia hombres como el Ché Guevara, Fidel Castro, Camilo Torres, Lucio Cabañas, el profundo impacto emocional de un 1968 mexicano, olímpico y sangriento. Mi afán por terminar con todas las represiones emocionales, ideológicas y sexuales que el sistema me creaba y la consecuente necesidad de cambio en mi persona. Todo eso me llevó a ser, durante algún tiempo, uno de los líderes de un movimiento estudiantil que se moría.

"Mi" movimiento, mi temporal motivo de existir murió; una niña que no tenía nada de excepcional; mi fracaso escolar y el rompimiento conyugal de mis padres, me han obligado y me obligan a tomar la vida con más calma, con la esperanza de que mi existencia sea tan feliz como cuando era gordito, de tener por primera vez en mis cortos años de vida una coexistencia emocional, intelectual y sexual con una sola mujer; conocer todo lo que mi capacidad permita y colaborar en la destrucción de un sistema social y en la construcción de un mundo nuevo, aunque mi vida quede en el intento.

Soy un hombre en mi gloria y un niño en mis sueños, viviendo mi vida entre los dos; un hombre hecho de todos los hombres y que vale lo que todos y lo que cualquiera de ellos. Con la única diferencia de que mi existencia célibe hasta ahora, me está colocando en una dinámica caótica de cambio.

Marzo de 1976.
Corres y caminas desprendiendo amarguras y sonrisas. No importa que tan bien intencionados estén tus pasos, aún no te atreves a hablar de otros. Parece una autoconfesión tu escritura. Todo lo dejas hacer por sí misma a tu pluma. Es cosa de poner la punta del bolígrafo sobre el papel y, ególatra, se pone a escribir sobre él mismo; y así recorres el nudo enmarañado de tus sentimientos.

De hecho tu escritura es una venganza, la dulce manera de ofender la vida y hacer perdurar este sentimiento de rabia. De acuerdo, la vida es bonita y hay cosas que, ahora sí, vale la pena vivirlas. Pero, PERO. Lo que sucede es que este mundo sí huele a mierda por todos sus rincones. A donde poses la vista, donde deposites los pies, el egoísmo se contonea contra ti con todo su enorme culo redondo de "mírenme estoy bien bueno". Claro, la idea del progreso personal, de la superación, de la estabilidad... está bien; todos tienen derecho de mejorar sus condiciones de vida. Pero de eso a regir todos los actos de la vida por el criterio del provecho, de la ganancia, hay un cacho que no se puede olvidar. ¡Ah! pero "hay que progresar", "hay que ser alguien". Te lo dicen y te lo pregonan en todos lados. Como si el mundo no tuviera tantos horrores por los que bien valdría la pena comprometerse en su erradicación. O, por lo menos, no comprometerse con su reproducción. Y lo grave es que a todos (bueno, casi a todos) les asiste la razón cuando te dicen que ni modo, que este es el mundo, que así es y nomás hay que adaptarse a él. Pero aquí permíteme recomendarte un reproche de niño chillón:

OK, el mundo aún es bello y vale la pena reconstruirlo. Pero si el mundo es así, como ellos dicen, y que sólo te queda adaptarte a él, entonces no quiero ayudar en curarle sus infecciones con nuestras manchadas manos de cinismo, hipocresía, avaricia, ambición, bla-bla-bla. Si el mundo y nosotros sus habitantes sólo vivimos para adaptarnos a un estado de cosas mediante la lucha o la indiferencia total hacia los demás hombres, entonces permítanme ser un parásito más de esta materia descompuesta llamada vida en la Tierra. No quiero tener familia ni responsabilidades. Si el mundo no se puede componer, yo tampoco.

sábado, 14 de noviembre de 2009

No hubo forma alguna de expresión. ¿Cómo hablarle a la gente si ya nadie te conoce? ¿Cómo retratarte si ni tu misma cara te gusta? ¿Cómo escribir si tu pluma te cansa? Vas dejando por el mundo toda la mierda con que naciste. No hay nadie en el mundo que pueda explicarte el por qué de ti mismo. Eres el mismo buitre que come carroña y que aprende a decir Coca-Cola, a comer Twinky Wonder y a decir Jerchis en vez de cacao. ¿Cómo vas a jugar al balero si ni tú mismo encajas en la vida, ni en la muerte? ¿Cómo vas a destruir con tus débiles manitas (que se sienten orgullosas por r unos cuantos callos improductivos) todo el bloque de acero con el que te has cercado?
Recuerda a tus antiguos héroes, héroes en sí mismos y todo porque eran grandes. Y tú te has dejado crecer las barbas en un intento vano por sentirte mayor. ¡Barbas! ¿Para qué las quiero? Y después de todo, verme renacer pronto de mis propios escombros, con ímpetu y razón que antes no tenía. Entonces sí: a chingar su madre el mundo.
Volverte loco de repente, escribir todo lo que tengas en tu resentimiento y caer loco de amargura, con una sonrisa postorgásmica en la cual tus cenizas ya no humean, son sólo cenizas que se van con un tornado.
El verdadero valor de mí mismo ha caído en un letargo romántico de querer ser quién ya no soy.
¿De dónde nace mi escepticismo? ¿Por qué no creo en nada ni en nadie? ¡Bah! No tiene caso ser quién ya no soy y, tal vez, quién nunca he sido
Me aferraré a mi locura. No dejaré que nadie se atreva a mancillar mi lógica creencia de desenfado con el débil y trillado argumento de la posición social, el confort o el utilitarismo. Esta era es un tiempo de desencanto y los seres pretenden transcurrir intactos, firmes, seguros y sin tacha, como si la realidad no pesara, como si el dolor no existiera, como si la autoridad no ordenara agresiva y estúpidamente altanera. Y todo es un pesar de tristes melancolías y sueños despedazados. Es que hasta su desinterés molesta...
¿Cuántos derroteros habrán de pasar? La luz de mi mente se ha ido apagando paulatinamente. Y ahora, pensándolo bien, me doy cuenta de que nunca nada me ha convencido y siempre he abrevado del licor más amargo en la cava de mi ser. Por hoy nadie me entiende, no creo en nada ni en nadie; he llegado al triste punto en que ya nadie me entiende…
Ni yo mismo.
NEGRA CONCIENCIA


Subir a la montaña y perderse en su negra amargura, en su profunda conciencia. Encontrar en la muerte un amor que el capitalismo negó. Escupir toda efigie sagrada. Ser personaje de este tiempo y a la vez estar fuera de él. Querer ser necesario cuando el que necesita es uno.

Mandar al carajo toda la teoría preñada de individualismo ególatra, empezando por ti. Terminar con tus ansias de Mesías iracundo. Y, en última instancia, mi amigo, dejar de mentirte: no hay posibilidad de existencia feliz en este mundo que tuvo la desgracia de verte nacer en lo más alto de su fétido pero rotundo seno.


Subirse a la única montaña que existe: la montaña del guerrillero que se pierde en su negra amargura, en su profunda conciencia.

Encontrar en la muerte un amor que el capitalismo negó. Escupir toda efigie sagrada, ser personaje de mi tiempo y a la vez estar fuera de él. Querer ser necesario cuando el que necesita soy yo. Poder acabar con un algo tan etéreo como intangible e indestructible.

Mandar al carajo toda la tontería preñada de individualismo ególatra, empezando por mí. Terminar con mis ansias de Mesías iracundo sobre el cual descansaría la suerte de todo personaje ambiguo que se defina como yo me estoy definiendo.


Y, en última instancia, mi amigo, dejar de mentirte: no hay posibilidad de existencia en este mundo que tuvo la desgracia de verte nacer y morir en lo más alto de su fétido pero rotundo seno.