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martes, 22 de diciembre de 2009

No voy a escribir nada.

Un día, después de muchos intentos fallidos, logré dejar el trabajo de oficina. Pero, otro día, tuve que volver. Y aquí estoy. Sin tiempo ni ganas de seguir mi vida.
Se acabó la poesía.
¿Qué es lo que aleja a la gente del ejercicio de la escritura?

Sin duda, es esa extraña sensación de encontrarse con las más crudas realidades presentes en la intimidad del escritor. Llegas al papel, te acercas y, mientras buscas temas, tus corajes y temores levantan la estridencia de sus sonidos y te ponen contra ti mismo. El yo que quiere ser se enfrenta al yo que ha podido ser en una lucha cruel por hacerse patentes en frases, palabras y letras... El campo de batalla es la psiquis del escritor. Es claro que después de la batalla el escenario que resulta es un conjunto de destrozos dolientes...
ESCRITURAS COYOACANENSES

Estoy en mi auto, llegando a casa. Pongo el freno de mano y me acuerdo del fólder. Emocionado, lo tomo y entro directo hasta mi cuarto. Me desnudo ansioso por recorrer tu letra desde el principio y releer las tres servilletas en las que intercambiamos preguntas, respuestas y, sobre todo, dudas.

Hace frío y en la radio suena un buen rock, progresivo, melancólico, muy hippie. Las cobijas también están frías... Un cigarrito pa'los nervios. Cojo mi lámpara y coloco su luz cerca de mi cabeza. Tomo el fólder, lo abro y aparecen las tres servilletas.

Leo. Estoy leyendo y, ególatramente, me divierto suficiente con mis propias palabras. Las tuyas simplemente preguntan, y en su pregunta dejan ver tus propias dudas.

La duda contagia y dudo de mis respuestas. Respondo con ingeniosas pero evidentes evasivas y las evasivas endurecen tu lenguaje. Tu lenguaje me acorrala... Entonces te contesto con una lúcida respuesta: "lo que quieras quiero y como quieras puedo".

(Ahora me doy cuenta de que estaba mintiendo. En realidad, sí quiero contigo, pero a mí manera, no a la tuya).

Sigo leyendo: no entendiste y te vuelvo a explicar que gustas para cualquier cosa que salga dentro de nuestra propia relación.

(Rectificación: estrictamente, me doy cuenta de que no mentía del todo).

Las servilletas ya se acabaron y ya estoy leyendo el mantel de papel en el que continuamos la conversación escrita de hace rato, en la cafetería.

Después de que te aclaro que te prefiero trenzada conmigo en un abrazo caliente de amor animal y que pongo el dedo sobre la evidente posibilidad de que no sigamos juntos por mucho tiempo, tú te limitas a dar las gracias. Presiento que, de alguna manera, me estás acosando y buscando el piropo atrevido, la caricia veloz, el abrazo incisivo, la estrechez penetrante.

Termino de leer todo lo que escribimos en el café. Enseguida vendrá la que tú escribiste en Coyoacán mientras yo buscaba urgentemente un baño porque, durante todo el recorrido caliente que mis manos y mi boca hicieron por tu cuerpo bien arropado, lo picoso de la salsa que me había desayunado hizo su punzante presencia en mi sufrido esfínter. Pienso en la incomodidad angustiante de tener que apagar un fuego sabroso que yo mismo encendí, mientras mi colon transverso punzaba de dolor y me inflamaba el bajo vientre, apresurando la urgencia de ir a orinar y defecar el resto de chile picoso que llegaba al final de mi tubo digestivo.

Siento que, definitivamente, estuvo incómoda la acción. Y tú, ¿en qué estarás pensando? A ver.

Empiezo a leer tus escrituras coyoacanenses. Estoy leyendo y no lo puedo creer. Pero, ¿qué no habíamos hablado ya de eso? Vuelvo a leer. Es la locura. La misma historia de hace un año, sólo que con menos de tu "ex" y, sin embargo, (o, tal vez por eso), con mucho más erotismo.

A ver, voy a descifrar, frase por frase, el mamotreto de golpes de pecho que se te ocurrió escribir:

Te acepto que no me quieras ver. Yo también he pensado en eso. A veces me aterroriza la idea de unir mi vida a la tuya. Y no porque seas tú, sino porque aún me da miedo la idea de la pareja permanente. Siento que un noviazgo o un amasiato comprometido detendrían la cuerda del reloj de mis locuras. Por otro lado, somos tan diferentes que cada día es más evidente que existen factores que pronto harían estallar las iras entre tú y yo.

No entiendo tu miedo a que nos usemos. No es lo mismo usar que usufructuar. Toda la vida es un uso constante de las facultades propias, de la compañía de los demás, del amor de los otros. ¿Por qué no usar la disponibilidad del otro para satisfacer la más pura de las necesidades?

Honestamente, contigo me siento un objeto sexual, y mi miedo a tu acoso se evidencia desde las servilletas. Sin embargo, me halaga que mi presencia enerve tus sentidos y, por otro lado, me preocupa seriamente tu situación virginal en un mundo que necesita urgentemente del amor humano, amor que se realiza con la pareja, amor que nace de la necesidad de mantener la vida propia y ajena, amor que nace de mis testículos y de tus ovarios. Estoy convencido de que, así como la retención de las funciones urinarias provoca enfermedades más o menos graves, la retención de la libido descompone el carácter y atrofia la personalidad. Por eso te provoco con caricias y apapachos. Para que saques esa hermosa pantera indómita que te ayudará a amar más al mundo y a tu gente.

Te provoco y no te cumplo, ¿te das cuenta? Quiero obligarte a que desees conscientemente mi sexo; estoy convencido de que tu salud emocional y física están en un verdadero peligro y que tu mejor opción es permitir que mis elevaciones se hundan en tus profundidades rompiendo el himen corrupto que engendra histerias y neurosis, deseos viciados y costumbres viciosas.

Ya sé que quieres “algo más" y que sabes que yo puedo dártelo.

Pero, ¿qué quieres? ¿un hombre? Lo soy. Y no sólo eso. Te quiero. Y para quererte, no necesito que te quedes conmigo ni que tú me ames: simplemente necesito que estos cuerpos que envuelven nuestras furias y nuestros amores se impregnen de magia y festejen tu ingreso al grupo de los que invocan al amor y pueden retenerlo confiados en que usarán todos los recursos que tienen en la cabeza, en las manos y entre las piernas.

No hay vicios ni suciedad en tus anhelos, ni en tus jadeantes suspiros amorosos: es la viva vida que toca a tu cerebro exigiendo entrada. Es el señor amor, no el niño cariño, el que asoma a tu piel y la bendice con ese calor que aproxima tu flama a la mía y nos obliga a agitar los respiros y los cuerpos en una convulsión amorosa que se muere al culminar completa entre nuestros cuerpos sudorosos y desnudos.

Ven. Toma tus iniciativas. Apodérate de este cuerpo viril sin ostentaciones y explora en él tus propias posibilidades de mujer en el acto en que ambos podremos ser distintos en nuestra idéntica igualdad.
Un nuevo balance. Una tardía relectura más para buscar mis temas y mi estilo. Una búsqueda infructuosa que reafirma mis preguntas. ¿Soy tan triste? ¿Creo en algo que no sea mi virtual tristeza? Mis soliloquios literarios no llevan a parte alguna: Difusos chispazos de inspiración arrancados de los más diversos estados de ánimo; ausencia total de orden, sistema o estructura; simples y anárquicos torrentes de emoción. Y hoy repaso otra vez uno de mis temas favoritos: mi propia escritura. Esto puede obedecer a una evidente carencia de imaginación literaria. Sin embargo, el problema de mis escritos, además de la rigidez temática que los agobia, es su interiorismo encabronante. Todo soy yo. Aquí no hay más que un escrito, tal vez el más lúcido, en donde me propongo un interlocutor y una temática, si no ajenos, sí distintos de mí. Es posible que mi necesidad de exteriorización no consista en el simple hacer exterior mi estado de ánimo. En todo caso se trata de exteriorizar lo interiorizado, no sólo lo interior. (Mi situación interior se nutre de mi temperamento y de mi entorno).
Parece que finalmente terminé el capítulo que me correspondía de la investigación sobre Gómez Farías. De todos modos no me siento tan aliviado de trabajo, aún falta un bonche para dar por concluida la chambita esa, además, todo parece indicar que intento aprovechar la inercia y meterle un poco de tiempo (tal vez pasado de tiempo) a mi propia escritura. Buenito y sano como no suelo ser, llegué a casita, le di su besito a mami, vi la telera con ella un rato y me clavé a mecanografiar el comentario sobre Jonás.

No sé por qué carajos mis escritos no se leen tan bien a máquina como a pulso. Además de que a la hora de mecanografiarlo no me pareció tan bueno, me di cuenta de que el escrito que yo creí uno sólo resultaron ser dos. EL primero es una interpretación histórica de la película. El segundo es algo así como una descripción del estado de ánimo marcadamente anarquista que despertó en mí la evocación de las cosas narradas en el primer escrito.
Recordarás el contacto silencioso de su cuerpo entre la atmósfera humedecida como un presagio de callada demencia. Inclinarás la cabeza hacia la ventana y mirarás las nubes grises alejarse hacia el sur, hacia el Ajusco. Te sorprenderá la repentina claridad del Sol en esa noche, después de una tarde tan oscurecida como esa. Sin dejar de contemplar el cielo, llevarás tu mano a tu muñeca, te quitarás el reloj para ignorar las horas y lo arrojarás por debajo de la cama. Sentirás el impulso de volverte a asomar por la ventana, pero el polvo acumulado en uno de los rincones del ventanal penetrará en tu nariz, estornudarás y la súbita reacción de tu organismo te hará pensar en la amenaza de un resfrío. Concentrarás tu pensamiento en la sensación de tu propio cuerpo. Sentirás un frío húmedo perfectamente soportable e incluso vivificante. Ningún dolor, ningún malestar. Sólo percibirás un profundo cansancio anímico y la necesidad imperiosa de sacudir esa modorra del alma. Entonces te invadirán unas intensas ganas de salir a la calle a vivenciar todas sus miserias y ver si el violento encontronazo con la realidad callejera logra sacudir tu ánimo, igual que el estornudo había despabilado tu cuerpo. Abrirás la puerta de tu casa y lo primero que verás será un automóvil transitando veloz y rebanando el agua de lluvia con sus llantas. Esa será tu bienvenida a la violencia callejera.

Te detendrás un minuto con la manija de tu puerta en la mano, sin decidirte a entrar en la confusión urbana. Durante ese minuto regresarán a tu mente las visiones de tu pasado: una atmósfera húmeda y casi fría, iluminada por una luz que caía, oblicua, sobre las gotas que mojaban las hojas y lo tallos de las plantas del jardín de tu casa.
¿Otro soliloquio?

¿Por qué no?

Ahora hay suficientes motivos para vomitar más literatura barata:

Aquella famosa investigación sobre Gómez Farías finalmente fue concluida, la gente que me rodea exige cada vez más que me case, que participe en sus proyectos, que me vuelva serio que madure, bla-bla-bla. Afortunadamente, no son todos los que joden ni joden todos los que están. Por otro lado, la Mujer del Charco volvió a emerger de las fangosas profundidades de su sexualidad sumergida y aquellas antiguas MUJERES que hace no mucho tiempo pude adorar han fortalecido su posición de hembritas-celosas-protegidas y seducidas por sus respectivos machos.

Bueno, ¿y todo eso qué? Pues nada, que sigo viendo mis manos estériles esforzarse por mecanografiar con corrección toda la putrefacta materia inerte que sale de mi cerebro. Obviamente mis manitas de intelectual inútil no son capaces de abarcar toda la KK que sale a torrentes de mi circunvolución parietal media. ¿Ya ven? Me imagino que esa zona no existe en mi cerebro ni en ningún otro.

De cualquier forma, la literatura estrecha el cerco de mis fantasías pero no logra instalarse en mis lecturas y mucho menos en mis quehaceres cotidianos. Como dice papi, "ya soy todo un autor” y me imagino que mi nombre mestizo anda perdido en el registro de autor y que nadie, a excepción de mis más cercanos prójimos, sabe que yo escribo. Bueno, todos escribimos ¿no? Pues no ¿y los analfabetas? Esos ni leen. Para ellos la literatura está tan lejana como la constelación de Orión: la ven, pero no tienen acceso a ella.

Aquí, junto a mi escritorio... ¿Cuál mi escritorio? Esta blanca extensión de madera pertenece a la federación, al gobierno, a la ínclita y ubérrima SEP. Que me perdone Darío –enorme poeta— por manosear sus palabras. No sé que quiere decir el buen Rubén cuando alza la voz de su pluma y grita desde el papel: "Ínclitas razas ubérrimas". Bueno, el asunto es que este escritorio en el que reposa el primer ejemplar del libro que yo ayudé a escribir no es mi escritorio. ¿Ustedes creen que yo podría mantener semejante blancura? Ni se crean.

Decía que junto, más bien, sobre el escritorio que me asignaron para trabajar (¿trabajar? ¡Jo! ¡Jo!) reposa ese libro. Algunos dirían que es mi hijo primogénito. Pero ni es mi hijo ni es el primogénito. No es mi hijo porque yo no fecundé ni a mujer ni a hembra para engendrar un niño que “salió igualito a su papá”. ¡Nel! Tampoco es el primogénito, porque la “ínclita y ubérrima" se vio forzada a publicar cuatro mamotretos elaborados por MI-ckey Mouse los pies, dijo Cuauhtémoc y -quién lo iba a decir- fundó sin quererlo las fantasías más turbantes del imperio emperador: la fantasía del dólar doloroso, muerte papel moneda de los latinoamericanos.

OK, OK. Ladies & Gentlmens, I'm so very happy de ver este big book reposando on my desk. Oh yeah! ¡A todos aquellos que quieren y aman los papelucos verdes de allende el Bravo (es decir de más allá de nuestra frontera norte)! Bueno, a todos los dolarizados compañeros de locura, no les pido perdón porque yo no tengo la culpa de que mi vejiga se hinche de orines en el momento en que me empiezo a preocupar por la paridad de sus esbeltísimos pesos. Total, si se me hincha cuando pienso en ello, lo que se me hincha es un güevo y la mitad del otro; y si se me hinchan (mi güevo y medio junto con mi vejiga de guardar mis meados) es porque no quiero pensar en que sus dólares y mis pesos, su devolución y mi devaluación, su nacionalización y mi nacionalismo mestizo... Simpermiso, voy a orinar

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Ya regresé. ¡Huy! ¡Qué susto! Alcé la vista de mi hoja de escribir y... ¡Cha-ca-cha-chan-cha-chaan...! Allí estaba Yolandita (mamacita) con esa belleza mestiza (como la mía, sólo que yo sin belleza), morena y chatita. Qué linda se ve esforzando su cerebro y su corazón por encontrar uno de esos paraísos que a mí se me perdieron desde que supe que soy inteligente y no guapo y que, además, soy depresivo. Ojala que Yolandita no pierda nunca su ímpetu y siga por toda su vida buscando su felicidad y su realización plena. Casualmente, la linda Violi, Violanda, Yolanda, llegó enfundada en sus minúsculos tenis y unos muy bien rellenados pantalones de mezclilla azul que logran insinuar la poderosa amplitud de sus bien torneadas piernas marrones.

Si volteo a mi izquierda, lo cual no deja de tener su simbolismo, aparece una cascada negra que se agita y cae como el enorme telón de una monumental obra de teatro. Pero el telón no cae para finalizar el drama, sino para inaugurar entre pomposas fanfarrias que suenan en mi cerebro, la alegría de unos ojos saltonamente oblicuos que me miran y me leen con todo el amor que pueden contener los largos, gruesos y abundantes cabellos de mi linda Laura linda. LAURINDA. Ella es mi primer amor literario; correctora, mecanógrafa, musa, crítica, y reanimadora. Señora adolescente que se pierde lo mismo entre la poesía de sus cabellos indios que entre la abyección de sus deberes matrimoniales. Laurinda tiene una brujulámpara (que orienta e ilumina). Tiene su brujulámpara —lámpara de bruja, brújula que ampara— que le salva la vida y la obliga a creer en este teatro-vida: el teatro. Por eso su pelo no es una simple y vulgar cortina, es un telón de fondo en el que se proyecta su pequeña y sencilla figura, sin aspavientos, con belleza terrena y sin la grandilocuencia demagógica de una carrocería perfectamente esculpida.

Hay otras bellezas que me hacen falta en esta oficina jodida de la cultura difusa. Aktis y Elisa. Pero de ellas -antitéticas- hablaré después. Por lo pronto, ya se acabó esta hoja y mi aparato digestivo indica que tengo hambre y que tengo también el despreciado tesoro de una insuficiencia gástrica y otra hepática y que por ello me sudan las manos cuando tengo y quiero acariciar a cualquiera de ellas.

Lo importante, decía el viejo Baldomero, es que advierta que este mundo esta jodido, pero que también es remediablemente injusto.
TRAVESURAS

La ciudadana Norma Ramírez, tuvo a bien prestarme su instrumento de escritura con el fin de hacer una que otra maldad escrita. Para empezar se me ocurre hacer una magia bruja para que el tiempo apresure su paso y las vacaciones lleguen pronto. No crean que me voy a quedar de guardia por el simple hecho de ser nuevecito en este ambiente oficinesco. Evidentemente, por más aguda que sea la novatez de cualquier sujeto (léase atado), nada justifica despojarlo de sus sagradas y sacrosantas vacaciones navideñas. Hay que recordar que con ánimo cristiano, las vacaciones son temporadas para la meditación y el cultivo del muy cristiano espíritu. Evidentemente, este principio está en flagrante contradicción con la violencia callada de la vida en oficina. En términos más sencillos, es pecado venir a la oficina mientras el mundo festeja la llegada del Jechuy a este podrido mundo. Por otra parte, todo mundo sabe cómo se ponen las posadas cuando éstas se asumen con un espíritu pagano y un tanto diabólico: guarapeta tras guarapeta, reventón tras reventón, cruda tras cruda, cama tras cama, beso tras beso, trago tras trago; en fin, bajo esas condiciones, más que un pecado, venir a hacer guardia es un suicidio. Además, ¿a quién le interesa salvaguardar la integridad de un edificio que no se sabe de quién es y que se derrumbará con el más leve movimiento telúrico? (léase temblor). Insisto: no me quedo, aunque me corran. ¿Ya?
¿Somos sociólogos?

Le pregunta está hecha y la respuesta está en el aire. Para unos bastaría con saber si somos egresados de una escuela que impartiera sociología. Otros nos exigirían el título correspondiente. En otra línea, ciertas personas negarían que seamos sociólogos aunque hubiéramos cumplido satisfactoriamente y correctamente con los requisitos académicos y burocráticos. En fin, lo malo es que todos tienen ideas distintas y más o menos imprecisas sobre lo que es o no es un sociólogo y para lo que puede servir.

¿Y nosotros? Creemos tener una buena cantidad y calidad de ideas, principios y hábitos sociológicos, pero sabemos que, en principio, nos falta la madurez suficiente como para responder a la primera pregunta. Pero no sólo eso: presentimos desde hace tiempo que mucho de lo positivo que pueda haber en nuestra formación profesional no es el resultado de la asimilación de lo que se nos transmitió en nuestro transcurso por la universidad. Incluso desde antes de ingresar al ciclo profesional, tal vez desde la secundaria sentíamos la corazonada de que éramos víctimas y beneficiarios de la formación escolar que nos había tocado. Ingresaríamos al rato con la pesada y sentida carga de sabernos herederos imberbes de las generaciones universitarias de los 68's y 71's, que llegaron a protagonizar los estertores de la muerte moral del movimiento estudiantil. Todavía en la universidad fuimos partícipes de los últimos e infructuosos intentos de hacer sobrevivir las formas de rebeldía que condujeron a la protesta estudiantil-generacional de los 60’s a la esterilización teórica, al berrinche autoaniquilante, a la melancolía histórica y a la rutinización de nuestra vida. El hecho es que llegamos a la sociología ansiosos de responder a una serie de preguntas que se habían formulado en otros tiempos. Por accidentes cronológicos y administrativos fuimos compañeros en una de las generaciones de transición: sentíamos una rebeldía visceral y vengativa ante todo lo que oliera a principio de autoridad establecida, producto del azoro con que presenciamos la alegría rebelde de nuestros compañeros mayores y, al mismo tiempo, sufrirla.


Parece ser que una de las más fuertes motivaciones que nos impulsaron a tratar de producir una publicación periódica fue la necesidad de manifestar a determinado público nuestras experiencias sociológicas y sus frutos. Sentíamos que había factores extrasubjetivos que cohesionaban a una parte de nuestra generación. Algo nos unía y no era la simpatía desbordante de nadie ni el odio sentido hacia algo o alguien. No proveníamos de un origen común, ni teníamos la misma situación ni nuestros proyectos eran los mismos. Una especie de instinto nos llevaba a buscar ese lazo de unión y fortalecerlo. Buscamos en proyectos académicos y de investigación, en participaciones políticas de pequeño alcance, en sesiones colectivas de catarsis controlada, en tímidas exploraciones de la sexualidad propia y ajena, en afectos y en amores lejanos, en la formación de cuadros colegiados de mutuo apoyo, en la acción social comunitaria, en el abandono escolar, en todo lo que se pusiera a nuestro alcance. Buscamos y no encontramos.

Nos creíamos "estudiantes de sociología", científicos en proceso de realización, revolucionarios objetivos, gente conciente. Tal vez por eso no tuvimos la suficiente capacidad de asombro como para dejarnos impresionar por las crisis vivenciales, cotidianas, existenciales, de cada uno de nosotros. Hicimos notables esfuerzos, individuales y grupales por subordinar nuestra vida cotidiana a los descubrimientos "revolucionarios y científicos" que nos proporcionaba la Universidad.

Esa fuerte motivación que nos empujaba a tratar de producir una publicación periódica también era la necesidad de manifestar a determinado público nuestras experiencias sociológicas y sus frutos. Fruto y experiencia a la vez, el desencanto fue y es uno de los más importantes factores que cohesionaron a nuestro grupo escolar. Además de todas las ilusiones maltrechas y de las francas frustraciones, en términos estrictamente sociológicos, ni el león ni la sociología son como los pintan. Nosotros no queríamos domar al león, pero sí dominar a la sociología y con ella ayudar a domar a los tigres de papel de Mao (imperialismo) y del Libro Rojo de la Escuela (los adultos como principio de autoridad)

De pronto nos encontramos con que ya somos profesionistas y que poco a poco ingresamos a la casta divina de la paternidad. En otra óptica, tuvimos que trabajar para el tigre de papel imperio y nos convertimos en un tigre de papel adulto. Aparentemente, nos pusimos del lado de nuestros enemigos. Y todo por necesidades naturales, biológicas, vitales.

Entonces, la vida nos sorprendió con que los notables esfuerzos individuales y grupales que hicimos por subordinar nuestras vivencias cotidianas a los descubrimientos revolucionarios y científicos fueron inútiles.

Hoy, sociólogos desencantados, intuimos que hay una respuesta que aminorará el desencanto propio y ajeno de los sociólogos. Esa respuesta se puede sintetizar en una serie de principios como los siguientes: rescatar la vertiente humanística de la disciplina sociológica, revalorar el aspecto emotivo del sociólogo, recobrar le dimensión existencial del oficio, sintetizar la biografía en la historia y viceversa, relacionar la cotidianidad vivencial con la cientificidad social, juntar la literatura a la ciencia, unir la subjetividad a la objetividad, integrar la emoción con la razón.

Estos principios tienen un fundamento, no son producto del capricho ni del berrinche que desencadena necesariamente el desencanto. De cualquier manera, son producto de la crítica realizada desde una emoción históricamente explicada.

¿Será por eso que nunca pudimos cuajar la tal publicación?
JONÁS es una de esas películas que no lo dejan igual a uno.

Entras al cine un poco impregnado con la idea del error cometido hace doce años y sales con la certeza de que ese error no fue tal. Sin embargo, la cinta no ofrece alternativas válidas para la alegría completa: el argumento habla de la crucifixión de una generación, de la muerte de un grupo de edades y su transformación en seres inadaptados, disfuncionales, marginados, psicópatas. Y es entonces cuando uno se da cuenta del profundo desencanto que nos tocó asumir como actitud histórica. El viejo sueño se convirtió en pesadilla: esto se sabe y se repite hasta el cansancio. Pero, la verdadera pregunta es: ¿hasta dónde la tecnología, el confort, el progreso, el status, la posición, etc., constituyeron el analgésico para que los habitantes de esta antigua Tierra olvidáramos que la sociedad NO FUNCIONA? Mientras nuestros padres sí creyeron en la posibilidad de la felicidad humana lograda a través de un enorme cúmulo de objetos inútiles, a nosotros y a nuestros predecesores inmediatos la TV nos trajo miopías, las telas sintéticas nos causaron alergia, los trajes con corbata, mancuernillas y sus correspondientes zapatos de charol nos quedaron grandes de los hombros, las mangas, las piernas, los pies (definitivamente, fueron creados para espíritus gorilistas educados en el clima. de la 2a guerra mundial), el automóvil nos fue heredado, como un mal necesario, a punto de la famosa y ficticia crisis de energéticos; el automóvil trajo semáforos, policías de tránsito, atropellados y, lo que es más dramático, peatones; nuestras conciencias fueron educadas en plena era espacial; sentimos como nuestro el poderío de la humanidad, supimos de la fragilidad del capitalismo, hicimos crecer y crecimos con la minifalda y el socialismo en Cuba, con los Beatles y el rock; abrimos las puertas más amplias de la difusión; hicimos nuestra guerra, nos arriesgamos, nos despreciaron, nos amenazaron, nos golpearon, nos encarcelaron, nos desterraron, nos mataron... y a los demás nos castraron, nos mutilaron el ánimo y la intención de mejorar nuestro mundo.

Pero, ojo, que se entienda bien: no éramos los chiquillos optimistas que creyendo en la bondad santaclosesca de sus padres, tripulantes del sistema, esperaran el amable y generoso regalo de un mundo hecho a la medida del ser humano. No. Los protagonistas de esta historia venían preparando el terreno de su lucha desde 1950. Fue una toma de conciencia generacional a través del rechazo acumulado a una serie de convencionales hábitos tradicionales. Fueron los jóvenes de los 50’s quienes se quitaron el traje de marinerito y el corte a cepillo para dejarse crecer los copetes y adoptar los jeans y la chamarra de cuero. La calle fue el lugar elegido para dar la batalla. El recién inaugurado urbanismo moderno se sintió invadido por una plaga de seres simples, de una vitalidad y un vigor que no dejaban campo a la inmovilidad, seres sensibles que tímidamente balbuceaban su respuesta protestataria al sistema autoritario. La vida cotidiana como arma de liberación, como panfleto subversivo y como alternativa histórico política.
Tenía que suceder como todo lo que sucede en mis escritos: mi vicio reiterativo es tan atroz que, necesariamente, una idea incuba a la otra y, mareadas como salen de mi cerebro, dan vueltas y reiteran sobre lo mismo: ellas mismas expresadas en la escritura. ¿Hasta dónde voy a llegar? Quién sabe. De todos modos, hace poco leí que las narraciones paralelas en las que se lleva la trama de los personajes creados al mismo tiempo que las vicisitudes del creador de los personajes a la hora de crearlos, estaban en legítimo uso, y a punto del abuso, en la literatura hispanoamericana. En ese estilo sólo he leído Entre Marx y una Mujer Desnuda. El libro me gustó y me sigue gustando tanto tal vez porque, de alguna manera, esa era mi tendencia: la escritura como posibilidad de recrear el mundo y, al mismo tiempo, como necesidad de crear la conciencia de subjetividad del escritor; como la manera de conocer y denunciar, al mismo tiempo que a afloran, los vicios y virtudes que permiten nuestra creación literaria (dicha de quebranto, los dos materiales que forman mi canto…)

Creación y crítica simultáneas, imaginación y conciencia paralelas, sentimiento y razón hermanados en una pugna sintética. Todo suena muy bonito. Pero con un material tan disperso como el mío, todo lo anterior se convierte en chatarra lujosa, en literatura creada "como un lujo cultural" por un neutral interiorista. Es la 1:15 a.m. y yo aferrado a escribir de mí. Cómo me gusta masturbarme. En vez de tratar de enlazar mis dos escritos de Jonás, aquí estoy, “comiendo mielda, chico”; es decir, escribiendo cagada. Pero no, en lugar de continuar con los análisis sociales y hablar un poco de las formas de represión, de referir la impotencia socioeconómica de la protesta generacional, exaltando su productividad político-intelectual, aquí sigues aferrado, ¡Cabrón!

"¿A dónde van ahora mismo estos versos?"
AFEITES.

Qué problema rasurarse. Cuando veo la crema y la máquina de afeitar, me siento como si fuera un niño poseído por la curiosidad de sentir esa extraña caricia cortando los pelos de mi cara. No deja de ser interesante ver el reflejo de mi cara embadurnada y recorrer la ruta del rastrillo cuando abre surcos en la blanca superficie de la espuma. Luego mirar los pequeños trozos de mis cabellos como si fueran las víctimas de esa acción. Después, acariciarme el mentón y los cachetes sintiendo la tersura, mirarme la cara bien limpia, ahora sí, a flor de piel. De pronto me encuentro guapo. Sobre todo si recorto mi bigote al mejor estilo de Jorge Negrete y de Clark Gable.

Entonces caigo en la cuenta: mis facciones distan mucho de ser las de esos monstruos de la pantalla, profesionales en la emocionante aventura de arrancar suspiros. Definitivamente no me parezco a ninguno, de ellos. Entonces ¿por qué dejarme llevar por esa impresión engañosa? ¿Será que a fuerza de reiteraciones y melodramas las imágenes de esos divos se han convertido en modelos de belleza masculina? Esto definitivamente es cierto, pero ¿acaso tengo el carácter fuerte y dominante del macho mexicano o del galán hollywoodesco? Ahora que lo pienso, tal vez esa sea una de las claves del enorme atractivo desencadenado por los multicitados artistas. Me explico: tal vez la combinación de un carácter recio con una apariencia facial suave, logre ese claroscuro que resulta infalible a la hora de seducir al sexo opuesto. Aunque también es cierto que la combinación que había logrado al dejarme crecer las barbas también es explosiva, porque a la apariencia agresiva y seca de mi rostro barbado se esconde una marmita de ternura que urge por lanzarse sobre muchachas que el vaivén de la vida me ponga enfrente.

Y pienso más cosas: cuando vago rasurado por las calles, es evidente que muchas más miradas femeninas se posan en mí; hasta alguna sonrisita picarona me persigue cuando me descuido. ¿Conclusión? No soy tan feo. Pero tampoco soy lo suficientemente guapo como para que esas miradas y risillas coquetas me ataquen de frente. Por otro lado, no tengo la prestancia de carácter como para convertir esas indecisas provocaciones en un pretexto para la charla, el ligue o la seducción. El resultado es que, al mismo tiempo que me siento más chulito que horrible, me doy cuenta de que mi contextura física no me sirve para anotar otra estrella en mi récord de memorias eróticas; entonces me frustro. En cambio, cuando la gente me mira con barbas no siento reducirme a mi pura carrocería. Mi cara peluda es también un símbolo sexual impuesto por la literatura y el cine, tiene múltiples significados posibles; y aquí dejo al lector la memoria libre para que apunte, si quiere, la lista completa de barbones adorables y ¿por qué no? sexys. Sólo me limitaré a plantearle unos cuantos extremos: de Jesucristo a Charles Manson, del Ché Guevara a John Lennon, de Sócrates a Marx, etcétera. Mesías, delincuente, intelectual, teporocho o guerrillero. Imagen protectora o apariencia violadora. Eso sí, estoy seguro de que cualquiera que sea el sentimiento evocado por mi yo barbón, la impresión es de alguien que tiene suficientes elementos y argumentos como para convencer al mundo de que existe y de que está seguro de no necesitar adornos superficiales para sentirse querido y respetado. En consecuencia, el barbón parece ser un tipo que se cansó de intentar convencer por medio de los oropeles y que definió cabalmente su antiproyecto de muerte.
¿SE PODRÁ ESCRIBIR, EN MEDIA JORNADA DE TRABAJO, LA SUFICIENTE CANTIDAD DE ESTUPIDECES COMO PARA LLENAR UNA HOJA TAMAÑO OFICIO? EL PROBLEMA ES QUE LA HOJA DE TAMAÑO OFICIO QUIERE IR A RENGLÓN SEGUIDO, CON MAYÚSCULAS Y MARGEN EN LOS EXTREMOS. CLARO QUE EN LUGAR DE ESCRIBIR IMBECILIDADES PODRÍA MECANOGRAFIAR ALGÚN POEMA FALLIDO, ESCRIBIR EL LIBRO QUE TENGO PENDIENTE O AVANZAR EN MIS TAREAS LABORALES. PERO NO. HOY, UNA VEZ MÁS, DECIDO QUE LA PRODUCTIVIDAD DE MI VAPULEADO CEREBRO NO TIENE NADA DE PRODUCTIVO Y QUE EN CONSECUENCIA ENARBOLO MI DERECHO A LA IRRESPONSABILIDAD Y LO EJERZO FLAGRANTEMENTE. EN TODO CASO, NO ME INTERESA PORTARME BIEN. ¿Y CÓMO ME IBA A INTERESAR, SI AYER CONOCÍ A ALEXANDRA, LA ÚNICA Y GENIAL VOCEADORA (PERIODIQUERA, DICEN EN CUBA) CUYO GRITO NOTICIOSO SUENA A MAULLIDO-RUGIDO CACHONDO? FUE SUBYUGANTE: DE PRONTO SALTAN A ESCENA TODOS ESOS PERSONAJES LLENOS DE “SABÓ”, PERO VACÍOS DE TANTAS COSAS IMPORTANTES. UNA ELEGANTE GORDA QUE SE MOVÍA CHÉVERE AL RITMO DE UNA RUMBA BIEN PERCUTIDA, UN MULATO SABROSÓN QUE DISFRUTABA LO MISMO CON EL RÍTMICO MOVIMIENTO DEL ROTUNDO CULO DE LA GORDA QUE SOBÁNDOSE SU YA BIEN DESARROLLADA BARRIGA, UN POLICÍA IMBÉCIL Y LADRÓN (SI SE PERMITE EL PLEONASMO) QUE BLANDÍA LA MACANA AL MISMO TIEMPO QUE ESTIRABA LA MANO; UNA CON SU BORRACHO, UN MAYORDOMO CON SU PATRÓN, UN JOTO CON SU MARICA, UN VERDUGO SIN HACHA; ERA DEMASIADA MIERDA... PERO DE PRONTO, SALTABA UN NEGRITO, MENUDO y CHIQUITO, GREÑUDO y NALGÓN, CON OJOS GRANDES Y VOZ DE SELVA: NO ERA NEGRITO, ERA UNA NEGRA. Y QUÉ NEGRA, NEGRÍSIMA, NEGRA. QUÉ COSA, CHICO. "EXTRA, EXTRA, LEA LA ÚLTIMA NOTICIA DE LA NACIÓN. EXTRA, EXTRA" Y MI NEGRITA, CHICO, SE QUEBRABA: EL GAÑOTE TRATANDO DE METERLES LA NOTICIA A TODOS ESOS CABALLEROS POR SUS OREJAS DE ASNO. PERO, QUÉ VA. NI UNO, NI UNO, CHICO. TODOS TENÍAN SUFICIENTE LICOR, PUTAS Y RUMBA COMO PARA HACERLE CASO A LA NEGRITA DE MIS AMORES. DESPUÉS DE TODO ESO ERA TEATRO CUBANO Y YO FUI UN SIMPLE, VULGAR, COMÚN Y CORRIENTE ESPECTADOR MEXICANO. ¡AH! PERO COMO TAL, SEGURAMENTE VOY A VOLVER AL TEATRO EN CALIDAD DE ADMIRADOR; TAL VEZ COMPRE UN GRUESO RAMO DE ROSAS ROJAS, O TAL VEZ ME LAS VUELE O TAL VEZ NO SEA UN GRUESO RAMO Y MI OFRENDA SE CONVIERTA EN UNA SOLA ROSA ROJA Y ALGÚN SENTIDO POEMA. BUENO. YA DESAHOGUÉ MI INFECCIÓN ALEJANDRINA, PERO AÚN ASÍ TODAVÍA NO TENGO NADITA DE GANAS DE PORTARME BIEN. QUE ME PERDONEN EL MUNDO Y LA VIDA, SI QUIEREN, PORQUE SI NO QUIEREN ALLÁ ELLOS. AHORA ME SIENTO BIEN (NO ES CIERTO) Y SÉ QUE NI EL MUNDO NI LA VIDA ESTÁN BIEN. SÓLO ME FALTA TEÑIR MI EROTISMO CON ESE SABROSO COLOR CARBÓN BONITA PARA DECIR RIDÍCULAMENTE QUE TENGO LAS CUENTAS SALDADAS CON LA VIDA Y QUE PODEMOS DESVIVIR EN PAZ. ESTA HOJA TAMAÑO OFICIO NO SE ACABA Y ALEJANDRA TODAVÍA NO SE PRESENTA NI A MI MEMORIA. ¿PODRÍAN CREER QUE NO ME ACUERDO DE ELLA? YO TAMPOCO. ¿Y SI ALZO LA VISTA Y NO LA ENCUENTRO? ¿QUE PASARÁ SI ME DISTRAEN OTROS SENDEROS VITALES Y DECIDO QUE NO TIENE CASO SEGUIR PARIÉNDOLA MINUTO A MINUTO DESDE LA OSCURA CLARIDAD DE MI CEREBRO?

S. O. S. SE SOLICITA CONTROL MENTAL. S. O. S. ¡URGE!

OK. TODO ESTÁ BIEN. TE ESPERA TU ESCRITORIO. RECUERDA TU MISIÓN. EDUCA. ESCRIBE. ENSEÑA

(¿LAS NALGAS?).

LO QUE SEA. YA PONTE A TRABAJAR.

YA VOY.

ME FUI.
Otra vez estoy aquí encerrado, entre cuatro paredes falsas, sentado sobre grave sillón ejecutivo, frente a un extenso escritorio de madera e iluminado por cuatro tubos de gas neón que disparan sobre mi cabeza sus chorrocientos watts de luminosidad. Intento leer alguno de los documentos que tengo pendientes y, entre parpadeo y parpadeo, vienen a mí las imágenes de mi pelo agitado por el viento cuando camino y vago feliz por las calles antes arboladas de mi ciudad.

Estoy encerrado en mi oficinesco trabajo y me está venciendo el sueño. De pronto me sorprendo con la cabeza apoyada en mi mano y soñando mil aventuras callejeras. Extraño mis mañanas y mis tardes de vagancia, cuando podía sentarme en una banqueta y ver pasar autos y peatones, dejando que mis ojos se abran para clavar mi golosa mirada en tantas féminas hermosas que le arrancan suspiros al asfalto.

Es que aquí la vida no marcha, el transcurso quedó detenido, retratado en esta disposición jerárquica del mobiliario, inmóvil en este pesado edificio mal ventilado. Este es otro mundo al cual no creo pertenecer, ¿seré capaz de soportar este encierro de ocho horas diarias, sabiendo que allá afuera la ciudad se desintegra? ¿Podré apagar mi melancolía y dejar de inquietarme por las risas y los llantos que no se oyen en este cerrado recinto? ¿Se congelará mi alegría loca cuando la rutina y la inercia se desplomen sobre los últimos reductos de mi yo adolescente?

Y tal vez no tenga derecho ni a quejarme, porque si me invade el ethos burocrático, si me domina la seriedad, entonces ya no seré capaz ni de sufrir la tristeza porque toda mi vida, TODA, se agarrará del brazo con las instituciones educativas del gobierno mexicano y no habrá ni pena ni gloria que desbalanceen una personalidad definida y un carácter marcado por "las necesidades del servicio".

A esto le han llamado madurez. Por eso, cuando sea maduro se acabarán mis dudas, mis tanteos y desvaríos, tendré una ruta perfectamente trazada por la cual han de transitar mis lustrosos zapatos. En ese entonces (si llega) ya nada podrá sorprenderme, nada me causará asombro porque yo seré un ser firme y definido; a mí no me afectará nada que no se relacione directamente con mis actividades: lo bueno ya lo habré conocido, lo malo no lo tomaré en cuenta. Seré un gran señor: me mandaré a hacer mis trajes, limpiaré mis camisas en la tintorería y seré asiduo cliente de Gillette; tendré una casita con mi esposa e hijitos: ella, fiel, abnegada y trabajadora de su hogar; ellos, obedientes, disciplinados y muy estudiosos. Y así, esperaré a que el reloj checador marque sus transcursos, hasta que suene la alarma de mi jubilación. Y seguiré esperando que mi vida (la biológica, que no otra) se canse de esperarme y se retire de mí. Moriré y habré dejado árbol, libro e hijo en este mundo.

...

Pero sucede que, como dirían lo nuevos trovos, "afuera la gente hace lo suyo por mí, afuera la gente quiere averiguar, AFUERA ME ESTÁN MATANDO". Y es que la vida de la calle transcurre agitada, y la vida del campo agoniza entre los últimos murmullos de las aves y el estruendoso rugido de ríos turbulentos y mares embravecidos. Afuera sucede el amor, se inician las vidas y se marcan las muertes. Afuera el erotismo aflora entre vaivenes de nalgas, suspiros y piropos. Sólo afuera presenciamos los rostros solidarios de la gente que se ama, sólo afuera se escuchan las fraternales mentadas de madre. Sólo afuera.

Porque una banqueta enseña más que una cátedra, se aprende más sentado en la banca de un parque que frente a un escritorio matriculado con las claves de "Recursos Materiales".

En mi ciudad el sol filtra su luz entre una bruma de humo y polvo, pero esa luz es suficiente para que los negros cabellos de mis conciudadanos brillen, porque la generosa vitalidad de la luz solar no se compara con esta mezquina luminosidad neón.
Nunca acabarás de explicar el por qué de tu excesiva emotividad. La emoción te asalta en momentos cada vez menos esperados. A veces te traiciona. Son oleadas de ira o de ternura, de alegría o de amargura. Y aunque a veces lloras, nunca has golpeado: es que la ira no es tu pasión predilecta. Lo sabes y te preocupa; es más, te angustia. De alguna manera preferirías ser presa de la rabia, estar enfurecido trazando tu propia historia a fuerza de coraje. Pero no, no es el sudor de la furia el que moja tu cuerpo, es el agua de una lluvia melancólica que te cansa el ánimo.
Puedes partir de tu sensibilidad más primaria, tal vez de la humedad que pega en tu nariz y empapa la piel de tus mejillas, tu frente, tus brazos y tus manos. Sabes de aguaceros y lloviznas, de charcos y arroyuelos, de lodos enfangados. Pero esta agua no viene con la lluvia fértil de los temporales benignos, no emana de las tuberías potables que entretejen las entrañas de esta tu ciudad que flota sobre un lago, no brota de los manantiales subterráneos que burbujean en vida. No. La humedad que te empapa tiene un espacio y un tiempo específicos. Es la angustia cotidiana que transcurre como caudaloso río entre los abruptos relieves de tu desconcierto vital. Es el canal de las aguas negras de este estilo de vivir la vida. Es un caudal que evaporado se desborda y empapa de ignominia la calma de la noche y la inquietud del día.
Y también ahora la tristeza me obliga a agarrar la pluma.

Puedo salir al fresco aire de esta mañana.

Puedo recorrer mi mundo montado en mi bicicleta.
Cansado,
Este es un mundo que cansa, un mundo terrible que cansa

SÓLO PUEDO CONTAR MI
H I S T OE R I A
Ahora sí, quién lo iba a decir...


Ahora sí, quien lo iba a decir. Después de dos semanas de tener mi "hábitat ad-hoc para la literatura", apenas hoy empiezo a escribir.

Lo que pasaba es que siempre quise escribir los grandes temas. No, no es cierto, lo que pasa se me escondió. Antes tenía bien ubicados los motivos de mis altibajos de carácter. Siempre pudieron haber sido muchas cosas, el hecho es que siempre he estado buscando motivos para la depresión y, si no, unos ejemplos:

Una vez, bajo eucaliptos jóvenes, en medio de adolescentes, al lado de una muchachita, preciosa y frente aun chavo extrañísimo, (el del frente) la muchachita me dijo: "Ese chavo es el chavo más triste que conozco. Yo ni voltee a verlo detenidamente. Simplemente lo identifiqué: "Renato", pensé, y la respuesta instintiva que brotó como un violento fluir casi incontenible fue un 'yo también soy triste, siempre lo fui y ahora lo soy más que nunca." De alguna manera era cierto: siempre me he sentido más triste que nunca y eso no quiere decir que mi tristeza sea una tristeza in crescendo... Aunque tal vez sí lo sea; cuando recuerdo las cosas que he escrito ¬a reserva de constatarlo¬ me doy cuenta que todas son tristes. Esto no es de extrañar, sin embargo mi autobiografía constituye un recordarme feliz e ir transitando, de tropiezo en tropiezo, hacia una tristeza cada vez más profunda. En esa autobiografía –con todo y que fue escrita durante la única etapa feliz que recuerdo y defino cotidianamente así: feliz, con todo y todo mi futuro se ve no tan pesimista, triste, pesado. Allí se advierte la tranquilidad de esos días, el remanso de conciencia en el que vivía y desde el cual podía hacer recuento de mi propia historia y hasta planear el futuro. Sin embargo, hay algo en ese escrito que conmueve a llanto. ¿Y todos esos poemas, párrafos y versos dedicados a Martha y que siempre suenen a presagio trágico? ¿Es el mundo en realidad tan insufrible? ¿Soy presa, junto con otros muchos, de problemas de adaptación? ¿Tengo alguna razón o soy maníaco depresivo? En todo caso: si me convenzo de que mi manía depresiva es la reacción natural ante un mundo que me aterra, ¿con eso basta para que las cosas cambien, aunque sea un poquito?

Ya voy a repetir otra cosa que me he cansado de descubrir, valorar y olvidar: se trata de que el mundo tiene cosas buenas que vele la pena vivir y por ello hay que darle un cauce a la salida del ruido que suena:


(Sonido de calentador y ruido de camión. La tierra vibra de frío cuando pasan los autobuses con sus pesadas llantas).


Como que las cosas se descomponen... Puedo seguir escribiendo.


¿Podré?


NO

Antier